Damaris Calderón [ Cuba]

[ Suomi]





SANTIAGO HUMBERSTONE

Yo, Humberstone,
hijo de un modesto empleado de correos
y nieto del Director de la Banda de Guardias Escoceses,
llegué aquí a hacer la América.
Yo, un oscuro químico
lustrado ahora por la sal,
inventé esa ficción: el pampino:
cruce de animal soñador necesitado con nativas de la zona.
Inventé el futuro, el futurismo,
Marinetti.
Me cagué en Le Corbusier,
la Torre Eiffel,
esa ciudad amanerada:
París.
Aprendí palabras ásperas:
caliche, charqui, camanchaca.
(Yo que jugaba delicadamente al tenis,
yo, cuya vida era un campo de golf),
copié y apliqué el sistema Shanks
(que nadie conocía por aquí).
Tuve mano férrea,
tuve mano de obra
(barata).
Comencé por conquistar Agua Santa
y ahora me pudro en las Aguas del Tiempo.
Yo, que me horroricé
cuando escuché que estos indios llamaban chanchos
a las relucientes máquinas metálicas, trituradoras,
porque les recordaban el ruido de los puercos al comer.
Establecí un Orden,
una jerarquía en el Caos:
de un lado los ingleses y administradores,
del otro, los hombres y las bestias.
Yo, que puse un toque de delicadeza,
de civilización en estos páramos:
Al espejismo de los oasis de Pica y Matilla
opuse una piscina (metálica),
construí una plaza (pública),
una Iglesia,
el tendido eléctrico,
un orfeón para que estos bárbaros
escucharan música
-ópera-
no el rumor sempiterno, monótono
de las arenas.
Yo, me la creí completa
y se la hice creer a medio mundo:
“El salitre chileno el mejor del orbe”:
nitrato de sodio: la pólvora más eficaz
para las guerras intestinas y extranjeras.
(Así de cosmopolita):
“El salitre chileno entra a Francia,
a Suecia,
llega a la antigua Hélade”
(hasta que los alemanes inventen el sintético
en la Segunda Guerra Mundial).
Yo, que me convertí en Santiago,
Santiago Humberstone,
tuve en mis manos el Oro,
el Oro Blanco,
el Monopolio.
Que me hice viejo, me hice venerable.
Padre
-del Salitre-,
(la Compañía me obsequió una medalla de oro,
el Rey de Inglaterra me confirió
la Orden Oficial del Imperio Británico).
Yo, James T.,
cuyo nombre desaparece
bajo la formidable leyenda y las casas huachas,
extiendo mis raíces dieciséis metros bajo tierra
y no encuentro agua.
El desierto y la muerte
recobran su señorío.



*De Parloteo de Sombra, Ediciones Lom, Santiago de Chile, 2009




SIN PARACAÍDAS
De abismo en abismo
desprendiéndome de todo lo minúsculo
desconocida como la palma de mi mano
en el cielo de Quito vi la gran fiebre
la gran res pastando
la gran res luminosa que nadie puede tocar
la manada el piñón de palabras saltando
las venas indígenas azules
ruido
ecuatorial
el centro del mundo
un órgano
una música feroz
un plato de tripas calientes
la catedral del oro
el hambre del oro
la devoción del oro
la miseria del oro
la acuarela violenta de Quito
las calles que suben al cielo de Quito
el empedrado
que baja a la boca del infierno.
El cielo la página de Quito
el poema hecho de la saliva espesa de la noche
noche de fiebre y de objetos de apariencias de nombres
que cambian de sitio.
Antes estuve acá ahora allá cortada
por el espejo el reflejo ecuatorial
cargando en mulas mis antepasados
una recua de mulas
abuelo va cortando el aire con un cuchillo
el aire a cuentagotas se deja apenas respirar
subiendo a la tierra bajando al cielo
echando sangre de narices
estallando como un búmeran o como un boeing
volando sobre la sábana sobre la frazada de alpaca
empalada por dos indios amarrados los ojos
en el delirio de la fiebre del plátano.
La fiebre que envidian los que no llegan al centro del mundo
al centro del ombligo
al centro del hambre
al centro del hombre
a la mitad del miedo.
Las islas esparcidas como cuentas
como ojos arrancados relumbrando
platería joyas sombreros bisutería
el museo del hombre
costa de Guayaquil
hecha a los peces a los guacamayos

a la alegría de la camisa de fuerza del turista multicolor
Cuenca
atravesada por los cuatros ríos
el dolor de los techos de tejas y el sonido de las goteras de la lluvia
el balido del ovillo de lana
el balido de la oveja antes de ser carneada
SE ASAN CABRITOS
SE ASAN CHANCHOS
SE ASAN CUYES FRESCOS AL HORNO
AQUÍ
Las calles empinadas
Las catedrales las iglesias la devoción
La flema la flama el escupitajo la sangre de narices
Los angelitos negros
(a la virgen le cortaron las tetas).
Las palabras palpitando como animales temblorosos en cuatro patas
el crepúsculo rojo sangriento
una víscera humeante
Las palabras atravesadas por la taquicardia
el cielonegroaplastante asfixiante de Quito
el vientre     la gran res
la medida de mi muerte y sus ojos novillos.




*De Las pulsaciones de la derrota, Lom ediciones, Santiago de Chile, 2013



Damaris Calderón Campos, La Habana, 1967.

Poeta, pintora, ensayista. se ha desempeñado como docente y realiza talleres de creación literaria. es miembro de la sociedad de escritores de chile y de la sociedad de estudios clásicos de chile. ha obtenido el premio el joven poeta (cuba, 1987), el premio unión de escritores y artistas de cuba (1989), el premio revolución y cultura (cuba, 1994), el premio de poesía de la revista libros de El mercurio (chile, 1999), beca Simón Guggenheim (poesía, 2011), el premio Altazor a las artes (poesía, 2014), el premio de la crítica a la mejor obra publicada en cuba (2018) y el premio de la Fundación Pablo Neruda (chile, 2019). ha publicado en poesía sílabas. ecce homo; el remoto país imposible; duro de roer; los amores del mal; parloteo de sombra; las pulsaciones de la derrota; mi cabeza está en otra parte; el tiempo del manzano, entre otros. reside en chile desde 1995.