José Luis Rico y Roxana Crisólogo
Versión en finés
DIPLO-1-2022
Le Monde diplomatique Finland
En términos de diversidad, la literatura finlandesa tiene bastante de qué congratularse. En su reporte del año 2020, el Suomen Kustannusyhdistys indicó que la mitad (51.2%) de la literatura (kaunokirjallisuus) vendida era nacional (kotimainen). La otra mitad (48.8%) está catalogada como literatura traducida (kännetty kaunokirjallisuus). En Finlandia, se oye a menudo, los traductores hacen una contribución central al canon.
Sabemos, por otra parte, que el estatus de la literatura en lenguas no oficiales es aquí todavía incierto. Cuando se trata de literatura traducida, el campo local no escapa al anglocentrismo típico de nuestra época, ni al consumo ciego de los éxitos editoriales mundiales. No escapa tampoco al empleo de la literatura como burdo escaparate de las crisis geopolíticas del momento. Lo que nos interesa abordar aquí es el consenso sobre la nueva definición de la literatura finlandesa, que aún no se ha logrado.
Los debates sobre esta definición son prácticos y urgentes porque determinan, entre otras cosas, el papel de numerosos ciudadanos o residentes permanentes de Finlandia que ejercen la literatura en un idioma no oficial. Para empezar, se sabe que la unión de escritores (Suomen kirjailijaliitto) sólo admite autores que escriben en lenguas oficiales. Este mismo criterio prima en la concesión de premios y becas de creación literaria. Para quienes no entran en esta categoría, lo que queda son las becas para combatir el racismo o fomentar la diversidad.
Desde las instituciones más prestigiosas y solventes, así como desde los colectivos independientes y la prensa, muchas voces abogan por la “visualización” de la literatura en otros idiomas. Esta exigencia se entiende como la manifestación de la democracia en el arte. Una de las estrategias es la institución de un sistema tácito de cuotas lingüísticas o identitarias, que llegan a jugar un papel decisivo en el reparto de apoyos para los promotores, editoriales y otras instituciones culturales.
A pesar de sus buenas intenciones, esta estrategia puede volverse contraproducente cuando coincide con otro problema. Para asegurar la madurez y la pertinencia de la obra en lenguas no oficiales, las instituciones necesitarían lectores especializados. Y usualmente no los tienen. Movidos por un genuino interés por la diversidad cultural, pero también instados a cumplir dichas cuotas, los promotores generan eventos y publicaciones con autores cuya obra no han leído cabalmente. Consciente o inconscientemente, lo que se presenta al público finlandés muchas veces es una otredad cultural, un nombre exótico, un fenotipo.
En la raíz de este comportamiento está una visión incompleta de la relación entre los proyectos de integración social y los proyectos de arte. Nadie en este momento de la historia podría negar la función del arte como armonizador social. Sin embargo, lo que sucede a menudo en los eventos es que se convocan autores a leer sus originales, para un público que va a escuchar únicamente “la música del idioma”. La dimensión sonora es inherente a la experiencia literaria, pero divorciar a la obra literaria de su semántica trivializa la indagación existencial, conceptual, y estética de un autor. Este tipo de abordaje superfluo de una obra, en aras de “dar visibilidad”, es un modo del paternalismo cultural que permea las relaciones entre los agentes culturales en Finlandia.
Otro factor es la escasez de apoyos a la traducción desde lenguas no oficiales al finlandés. Recordemos que la traducción en sentido inverso, desde el finlandés a otras lenguas, es incentivado por varias instituciones nacionales. En el caso de un ciudadano finlandés que escribe en otra lengua, debe invertir cantidades sustanciales de dinero en la generación de muestras de sus obras. Si no, dependerá de la buena voluntad de los nativos del finlandés dispuestos a verter los originales a su lengua. En cualquier caso, sin el apoyo institucional formal, hemos constatado que muchos autores en lenguas no oficiales cargan con traducciones deficientes, muchas veces mediadas por un tercer idioma, y que no producen en el público local el efecto deseado.
El escenario planteado hasta ahora bien podría afectar a un autor con una obra publicada y reconocida en su país de origen o internacionalmente. El merecido triunfo de Hassan Blasim en estas circunstancias se presenta como una excepción, posibilitada por un interés previo del mundo anglosajón, que facilitó ulteriormente el reconocimiento en Finlandia. En muchos otros casos, el circuito local pierde la oportunidad de integrar escritores consolidados, y así, realizar genuinamente la consigna de la diversidad. Sin idea clara de cómo ingresar en el campo literario local, los autores enfocan sus esfuerzos en proseguir su carrera en sus sitios de origen, a la distancia. En este estado de resignación hemos encontrado a varios autores de distintos idiomas tan sólo en el área metropolitana de Helsinki.
En nuestra perspectiva, sin embargo, el caso más desfavorecedor es el de autores en lenguas no oficiales, que comienzan a elaborar su obra una vez instalados en Finlandia. A la dificultad de la integración se añade el desconocimiento del sistema cultural y el aislamiento lingüístico. Algunos de estos autores son admitidos por el circuito de eventos literarios y otros no. Muchos de ellos elaboran su obra con escasa retroalimentación de sus pares finlandeses.
Si la literatura ha de ser diversa, deberá ofrecer opciones razonables de desarrollo a quienes comienzan una carrera en otro idioma que no sea el oficial. Entre la amenaza de la marginación y la tentación del asistencialismo, los escritores en lenguas no oficiales requieres lectores especializados y de traducciones de calidad. A esto, se suma la necesidad de organizar talleres literarios duraderos, donde las sensibilidades se polinicen mutuamente. Solo así se puede dar por terminada la etapa nacionalista de una literatura finlandesa.
