Rodolfo Häsler | Runoja

Suomennos



(del libro Tratado de licantropía, Editorial Endymión, Madrid, 1988)


La infancia acaba devorada por los lobos,
la infancia final con la piel hermosísima
y sin pausa hasta el agotamiento.

La pasión arranca hacia la muerte como las
semillas íntimas de una encina sacudida.

La muerte acaba devorada por los lobos
como roja sangre, como roja lumbre sin
extinción.




del libro Poemas de la rue de Zurich, Miguel Gómez Ediciones, Málaga, 2000



(Ciclo del agua y del fuego)


El infinito contiene todas las posibilidades, todas las promesas,
y si en el agua te sumerges no saldrás sin disolverte en parte
en una muerte simbólica.
El movimiento nunca se detiene y cada ola te colma de energía,
incansablemente, en su eterno fallecer. Ese es mi bautismo.
El espíritu del génesis se eleva a partir de lo tangible
y no concibes la vida sin alabanza ni regeneración.

El fuego se justifica en el ardor y en la entrega más altruista,
lengua que me agota y en su arrogancia me vuelve a mentar.
Disuelve la envoltura para unir el alma con el cuerpo
que es salamandra incombustible en su trance espiritual.
El fuego se asienta en el lugar de la definición,
el estado más sutil. Su origen es terrestre y su destino es celestial,
y en la cúspide te nutre de sorprendente naturaleza.




del libro Paisaje, tiempo azul, Editorial Aldus, México D.F., 2001


SOUK-EL-HAMRA


Si hubiese creado el mundo abigarrado
y alguien me exigiese cuentas por ello,
lo llevaría a oler la fruta aplastada en el suelo.
Desde el inicio tenía la certeza de que las hormigas
recorrían continuamente mis piernas, decididas,
como luna inmóvil en el recuadro de la plaza.
La mancha verde del gomero, por encima de la puerta,
hundida en la sombra, es testigo de mis visitas,
y el joven que soñaba con el cansancio de sus amantes,
regateando a gritos, como mercadería,
es vendido ante mis ojos en la impiedad de un gesto,
casi pornografía.
Qué alivio que esos aburridos europeos
hayan dejado de fotografiar la mezquita del viernes.
Metamorfosis de la vida,
así nombro lo que los muros atesoran,
pues una vez conoces el precio de las manzanas en el zoco
y qué dátiles transparentan la luz,
no hay ya modo de olvidar
ni razón para exaltar mayor encantamiento.


Del libro Cabeza de ébano (2007)


LIMA

A Magdalena Chocano

Descubrir el peligro convierte a la ciudad en un lugar
rutinario. El horror da la pista de lo que hay que hacer
en semejante circunstancia, pues se trata siempre de buscar
la salida más rápida en lo que la violencia tiene de aproximación
a nosotros mismos. Para convertirse en dueño del destino
hay que comer del plato del peligro, hay que masticarlo y sacarle
su jugo hasta asimilar su contrario. La tierra forma montañas doradas
y polvorientas que pisamos imponiendo el temblor de nuestro cuerpo,
el dolor de nuestro peso, y descubrimos, si miramos adelante,
que el horror, como sabe César Moro, no es más que un nudo
para ocultar debilidad. No hay que huir de la acción desconcertante,
tan solo hay que sentir que no has sido elegido. Nada
perdura con éxito infinito y la raíz de magia brota del espanto,
de su boca envenenada, en su escozor tremendo. Todos agonizamos
lentamente bajo un cielo sin sol, bajo la luz pasada por la tela
parda de la incertidumbre, y todos nos quejamos hasta lograr salir,
hasta lograr ingerir nuestro fragmento iluminado.





Inger pisando el pan


Pan marcado para la duración, lo partimos
cada día al celebrar el reino de la tierra,
nuestra estancia entre los vivos
se hace íntima al inclinarnos ante su corteza,
un fuerte abrazo supremo, el fuego que lo dora
es su conversión en vida prodigiosa.
Si lo desprecias la elocuencia te abandona
siguiendo su destino hacia el exilio,
pues su consistencia carnosa es moldeable,
capaz de ocultar el espíritu.
Si lo niegas, tratando de alejar el estigma del fango,
las salpicaduras del limo se adelantan a la muerte
hasta ennegrecer el horizonte que nombra tu mirada,
un itinerario que intuyes con final incierto.
La necesidad de deglutir el pan
es un camino que desemboca en nada,
sólo perdura la ceniza de la combustión,
laberinto del miedo tentando el conocimiento.



VISIÓN DE LOS CINCO CORAZONES

A Piedad Bonnett, leyendo en el convento de San Agustín, Barcelona


Abres el libro, corazón primero, su sentido,
su destino terrible te convierte en lectora
que se eleva, esperando el desenlace de un viaje,
el sentido mágico del viaje. Corazón segundo,
así te escucho, reina de la baraja,
te arremolinas en la arena del claustro,
cuando el fuego prende los designios del póker
que destaca la suerte. El pensamiento es un cuenco,
corazón tercero donde bebes la roja savia
nutricia para calmarte, el suave jugo de la vida
que mancha los dedos como vino de granadas
sobre la hoja brillante. Corazón, va por el cuatro,
andas por las aceras de una ciudad sin paredes
y si el ritmo se quiebra no habrá dónde echar el ancla.
Sólo al declamar, buscando la supervivencia,
al escucharte me despierto tantas veces
frente al gesto desesperado del ciervo de papel.
Junta las manos en la humedad del claustro,
el color presentido de la noche es el sentimiento,
es la invitación a entrar y palpar el fruto abierto,
quinto corazón oculto en una almendra,
el poema futuro que descansa en la noche.