Metro Insurgentes, una ruina circular (fragmento)

[ Suomi ]

Georgina Cebey


Sinopsis

Escritura a escombro abierto

Sin habitantes, los edificios no son más que laberintos de materia procesada. En Arquitectura del Fracaso (2017), Georgina Cebey nos recuerda que las enciclopedias abordan un aspecto insuficiente de la existencia de una edificación: su esplendor inicial. En un recorrido por distintos hitos de la ciudad de México, como la Torre Latinoamericana, el Museo de Arte Moderno, el Memorial a las Víctimas de la Violencia en México, Cebey echa luz sobre los cambios de función y la decadencia de los edificios. Arquitectura del Fracasoefectúa una reconciliación entre nuevas y viejas maneras de entender la ciudad y sus espacios, los habitantes y su visión del porvenir. 

Metro Insurgentes, una ruina circular (fragmento)

En la Ciudad de México, la roca no es sólo un estrato geológico: es un historiador petrificado. Como los anillos de un árbol indican su vejez, y permiten leer sequías, inundaciones e incendios, las rocas de la ciudad cuentan la historia de erupciones volcánicas, un imperio prehispánico, palacios virreinales y hazañas de arquitectos modernos. Se dice con frecuencia que la ciudad se fundó sobre un lago, pero rara vez se asegura que sus eventos más determinantes han sido geológicos: erupciones, terremotos, hundimientos. 

La ciudad, antes que cruces de calles, es un cruce de tiempos. Pasado y presente se disputan el protagonismo; la urbe es el estrato en carne viva y hace mucho tiempo que nuestros ojos se acostumbraron a tal espectáculo. En la piedra parece descansar el origen primigenio de los mexicanos. Así lo notó el arquitecto Carlos Lazo cuando, al colocar la primera piedra de la Ciudad Universitaria, en 1950, mencionó en su discurso: “México se ha edificado piedra sobre piedra… Ésta es una de ellas”. Sobre la lava muerta del Xitle, en el pedregal de San Ángel, una comitiva de arquitectos construía el símbolo deportivo de ese complejo educativo: el Estadio Universitario que, visto desde el aire, parece emular el cráter que dotó de roca a aquel paraje; la lava incandescente fue reemplazada por el pasto de una cancha de futbol. La ciudad se fundó sobre un lago, pero se construyó con las rocas de un volcán.

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Todas las ciudades guardan su pasado como insignia, pero la Ciudad de México tiene un particular trauma: la roca. Este pasado se hizo presente cuando la ciudad comenzaba a delinear las rutas que permitirían al habitante desplazarse dentro de ella. Si París, Moscú y Nueva York eran tan cosmopolitas que sus habitantes se trasladaban por túneles subterráneos, era hora de que México pudiera sumergirse en el subsuelo. Fue en 1969 cuando se inauguró la estación del Metro Insurgentes con una plaza que llevaría el mismo nombre: junto a la roca, el círculo. Esta nueva glorieta estaba definida por una procesión de circunferencias que comenzaban a expandirse en medio de la ciudad. Una vista a vuelo de pájaro revela diversos aros: el carril elevado que rodea y delimita la plaza y en cuya superficie orbitan autos, la planta de la plaza, y una estructura que parece una nave extraterrestre de cuyo interior surge otro anillo que da forma a la cúpula que remata la estación. Estas circunferencias significaron un nuevo marcador para la ciudad: geográficamente eran la intersección de dos avenidas importantes, Insurgentes y Chapultepec; simbólicamente, representaban el punto donde el proyecto modernizador mexicano, que se desarrollaba desde la primera mitad del siglo xx, encontraría uno de sus puntos álgidos: la construcción del Metro.