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Sinopsis
Desde la intimidad del cuerpo, la ensayística de Lucía Pi Cholula explora temas universales atravesados por la militancia política. El ensayo “Lo más bello que hice en la vida” esclarece la posición existencial de Raúl Castro en la dinámica revolucionara de los años 50 y 60 y nos recuenta varias vicisitudes e ironías de la Historia. De niño, durante un evento escolar, Raúl Castro fue alzado en brazos por Fulgencio Batista, el dictador que décadas después ayudaría a destronar. Adolescente guerrillero, bajo la guía de su hermano Fidel, Raúl abrió camino en el exilio y fue el primero de los dos en conocer al otro catalizador de la revolución cubana: Ernesto Guevara de la Serna. En oposición a la épica castrense (y castrista) que envuelve a estos personajes, Lucía Pi Cholula analiza la labor relativamente discreta de Raúl Castro y encuentra los recodos que la Historia no puede agotar: las decisiones íntimas, privadas, que contraponen la vida del humano al símbolo político.
Este texto se publicó en la Revista de la Universidad de México, núms. 850-851, Nueva época, julio-agosto, 2019.
“Lo más bello que hice en la vida”
Ha trabajado 49 años para la revolución, ha puesto su vida en riesgo, ha sido fiel a los principios revolucionarios y al gobierno y, más que nada, ha acompañado a su hermano Fidel durante todo ese tiempo, en la bonanza y en las grandes pruebas. Ahora llega su turno, pero Raúl no lo quiere. Frente a la Asamblea Nacional Popular, como un niño que pide permiso a sus padres para salir con su hermano, Raúl hace una petición inusual, seguir consultando con Fidel los asuntos de mayor trascendencia, y declara: “Fidel es Fidel, todos lo sabemos bien. Fidel es insustituible”. Y yo me lo imagino diciendo en voz baja: “Yo no soy Fidel, no quiero serlo”. Convencido del proceso revolucionario, siempre detrás del comandante en jefe, Raúl se erige como un hombre de la revolución popular. En un mundo donde parece reinar la ambición, un personaje así se torna inconcebible; en una realidad donde el poder corrompe y los intereses personales destruyen el bienestar común, los personajes secundarios como Raúl Castro encarnan símbolos del fracaso. Ensombrecido por la grandeza de su hermano, ¿no será Raúl un representante del último estadio del sujeto revolucionario? Aunque de pronto parezca imposible, aunque las condiciones materiales reclamen un líder, el fin máximo de una revolución es no depender de una sola persona, sino del poder popular de la clase proletaria. Un verdadero revolucionario no aspira a obtener el poder para sí, sino para todos. Detrás de un personaje como Raúl Castro es posible construir un sinfín de especulaciones; silencioso, tímido, siempre detrás de su hermano, ¿no será acaso él la verdadera cabeza de la Revolución? ¿No era Raúl el que estaba detrás de todo? A veces las explicaciones son mucho más simples o están en otro lado. A veces para las personas lo que realmente importa en la vida son otras cosas. Cuando Raúl se casó con Vilma Espín, esa ingente mujer de lucha, escribió que aquello había sido “lo mejor y más lindo que hice en toda mi vida”; casarse con Vilma también era revolucionario.