Idalia Sautto | Prosa

[suomi]
Idalia Sautto


Los gatos no saben que envejecen (dos fragmentos)

Largo aliento

Mi papá recogía colorines de zompantle durante el verano. Recorríamos varias cuadras hacia las calles cuyo nombre comienzan con sur ciento veinte y dábamos vueltas a la cancha de béisbol. La empresa era ardua, a veces me subía en sus hombros y tiraba las pencas de donde salían los frijolitos rojos. Tendría unos 7 u 8 años porque mi hermana iba en su carrito.

Al llegar los limpiábamos y poníamos en unas tazas. Buscar, recoger y recolectar colorines era un proyecto a largo plazo, en su mente algún día tendrímos una casa en Acapulco y ahí mandaría hacer una cortina con todos esos frijolitos. El proyecto de que la familia completa de mudara a vivir a Acapulco fue una fantasía intermitente.

El algún momento dejamos de ir por los frijolitos. Los colorines llegaron a su límite, era un poco absurdo seguir recolectándolos si no se utilizarían para algún fin. Tampoco se volvió a considerar el tema de mudarnos de la ciudad al puerto.

El tiempo pasó, se divorciaron mis padres, mi madre de quedó en la ciudad con nosotras, mi padre sí se fue a Acapulco y nunca hizo la cortina roja de frijoles. Los colorines estuvieron unos años más en una copas largas y altas del Hard Rock Café. Luego no sé si desaparecieron o si mi padre un día decidió llevárselas. ¿A dónde se van esos objetos que alguna vez fueron una fuente de deseo y de proyección a un futuro y luego simplemente son una basura en el camino?

Si existe algún comienzo para planes a largo plazo, creo que el primero que tuve en mi vida fue el de los colorines. Fue un proyecto compartido y el primero en nunca llegar a término. No recuerdo haber sentido frustración, me llamaba mucho ver los colorines en una de las repisas del trinchador. Era como la muestra tangible de algo que jamás iba a ocurrir.

De niña sentía que cualquier plan o proyecto era una realidad solo por ser nombrado, ver los colorines era hacer conciencia de que no es suficiente con imaginar; hay que hacer muchas cosas después para que se lleven a cabo. Pero siento que el más importante proviene del deseo, de realmente sentir que está vivo von tan solo escribirlo en una nota de mi libreta.

A veces pienso que edito libros solo para seguir imaginando proyectos que sí llegan a su fin, que sí verán la luz. Ayer me dieron el último libro editado por Pitzilein Books y sentí de nueva cuenta el deseo de seguir imaginando historias y seguir compartiendo el placer de hacer libros con las personas que me rodean. Para esto vivo, no hay más.




San Fermín

Mi gato Fermín cumple dos años con nosotros. Es un gatito blanco que no creció mucho, es significativamente más pequeño que Pantro. Sus piernas con cortitas y su pelaje es largo. Al caminar pareciera que tiene pantalones bombachos. Su nariz es color rosa, tiene las fosas nasales grandes y eso hace que siempre tenga mocos pegados a la nariz. Cuando lo veo sucio, limpio su carita con un kleenex y un poco de agua tibia. Tiene bigotes largos y blancos; la barbilla está sumida así que cuando cierra la boca los colmillos delanteros quedan volando. El gato más bonito de la Tabacalera tiene el peor defecto del mundo. Fermín se la pasa mordisqueando las agujetas de los zapatos o las barbas de la alfombra, telas que tengan una textura agradable y que pueda ingerir, las debora y al rato está vomitando.

Comenzó con esta conducta justo hace un año. Todas las recomendaciones que nos ha hecho Isolda han fallado: ”coloca chile a las agujetas así lo asocia a algo que le produce malestar. Guarda todo lo que puede rumiar. No lo regañes constantemente”. Pero por más que guardo o escondo las cosas, siempre encuentra alguna tela que pueda comer.

En la cocina son los trapos, en el baño son las toallas, en la sala son los cojines, en la recámara, las piyamas. Hay algunas cosas que no le gusta morder como las toallas que uso para mi cabello y que son en forma de cucurucho. Las he llegado a encontrar en el suelo pero no tienen nada, es como si las tomara para mordisquearlas y al final se arrepintiera de hacerlo o es como si las mordiera y algo de su textura u olor lo repeliera. He pensado que ahí está el antídoto pero no logro saber exactamente qué es, ¿el olor de humedad o la textura?

Mi hermana piensa que los gatos son un espejo de sus propietarios, que la ansiedad se proyecta en ellos. Nunca había tenido un gatito con un problema de conducta de esta naturaleza así que no puedo dejar de verlo como un síntoma mío, no tanto de de Fermín. ¿Si dejo de tener ansiedad mi gato dejará de comer telas? Imagino que una cita con el etólogo es similar a una cita con un terapeuta, sólo que el propietario del gatito toma terapia a través de los síntomas del gato. No sé qué pasará ahora que me vaya de vacaciones. Quizá mejore.

Si yo soy el problema de Fermín, ¿qué sigue?